Breves percepciones para una
historia del siglo XXI
La COVID-19 cambió nuestra vida, nuestros patrones y la manera como percibimos el mundo, de una u otra forma.
Los que veían el trabajo en casa como un lujo extravagante o un peligro para la productividad tuvieron que darse la oportunidad de confiar en su personal y de ver que sí se puede. Aquellos que en su vida habían entrado en una cocina ya por lo menos saben lavar los platos, y esos que solo tenían una vivienda para dormir están descubriendo los espacios que en algún momento decoraron porque sí y a darles otro significado.
Cambiamos la ropa y los zapatos por plantas, utensilios de cocina y dispositivos de entretenimiento en casa; el cine, por largas noches de películas entre las cobijas, y los restaurantes, por sesiones de cocina en pareja. Los que pensábamos que los domicilios eran para los perezosos empezamos a valorar ese tiempo que malgastábamos recorriendo pasillos y, en este momento, exponiéndonos a un posible contagio. Como algunos dicen, volvimos a dar importancia a las actividades básicas: comer, dormir y valorar el contacto (físico o virtual) con los seres que realmente nos aportan.
Por primera vez en Colombia, las personas están entendiendo que la petición de quitarse los zapatos antes de entrar a la casa no es un simple capricho. Los jefes han empezado a comprender que a nadie le conviene un griposo en la oficina, pues es el equipo de trabajo el que se ve perjudicado, y trabajos como el de ama de casa y el de personal de domicilios han ganado un valor no antes visto.
Por su parte, el medio ambiente ha agradecido nuestra ausencia: la polución ha disminuido en tal cantidad, que encontramos noticias como la de la captura de imágenes inusuales del Himalaya por disminución de la contaminación; la posibilidad de observar el nevado del Ruiz desde Bogotá; la de los osos panda que, luego de diez años de intentos fallidos, lograron aparearse gracias a la cuarentena humana, y la de una medusa que logra nadar libremente por los canales de Venecia, gracias a la purificación del agua, por mencionar las más populares.
Los artistas están más inspirados y más conectados con sus seguidores, las familias se han redescubierto y las personas parecen más solidarias. Grandes diseñadores como los de la casa Yves Saint Laurent y Jean Paul Gaultier se han pronunciado sobre los modos desenfrenados de producción para, de ahora en adelante, marcar sus propios ritmos de creación.
La sociedad se vio obligada a digitalizarse. Desde las compras y las transacciones bancarias hasta las reuniones de negocios, charlas entre amigos e incluso matrimonios vía Zoom ya forman parte de nuestra realidad. El fin del uso del efectivo se acerca, y cada vez más rápido (durante la pandemia, se ha reducido a la mitad). Hoy en día, los comerciantes en las plazas de mercado y los artesanos reciben pagos con códigos QR. Tener página web, usar videollamadas o conectar nuestras redes con un sistema de información de clientes pasó de ser “un lujo” a una necesidad.
Algunos están viviendo un tiempo espectacular: un tiempo para reflexionar sobre la vida que asumíamos “perfecta” y un momento para dedicarnos a esas tareas pendientes que fuimos dejando de lado por el sometimiento a la cotidianidad. Otros están viviendo una pesadilla, sea por falta de trabajo, sea porque se están enfrentando a sus decisiones (como la persona que escogieron para compartir la vida). Sin importar las condiciones en las que nos encontremos, todos estamos luchando, con diferentes emociones, contra una situación que no terminamos de descifrar.
La COVID-19 ha generado problemas, pero, con sus dolorosas lecciones, nos cambió las reglas de juego para aportarnos algo que quizá necesitábamos aprender. Nos obligó a mirar más allá del día a día para dar el siguiente paso.
¿Cómo va a terminar esta historia? ¿Tendemos que cambiar el beso y el abrazo por una ligera inclinación de la cabeza? ¿Nuestra casa podrá convertirse en nuestra oficina? ¿Desaparecerá el efectivo? ¿Seremos mejores personas? Ignoramos la respuesta, pero lo que sí sabemos es que “se necesitó una cuarentena para descubrir la importancia de muchas cosas que antes nos parecían insignificantes” (Vladdo, 2020).
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